‘En el corazón del mar’, ¿película sobrevalorada?

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En 1850, el joven escritor Herman Melville (Ben Whishaw, El Perfume) acude a Nantucket, principal puerto ballenero de Estados Unidos, para entrevistarse con Thomas Nickerson (Brendan Gleeson, Braveheart, Troya, Harry Potter) quien treinta años antes fue grumete a bordo del Essex, barco hundido por una descomunal ballena blanca. La odisea posterior de los supervivientes quedó envuelta en el misterio, y Melville desea documentarse para su próxima novela, que acabará siendo Moby Dick. El viejo marinero, amargado y alcoholizado, es reacio a hablar, pero los dólares del visitante y la insistencia de su esposa le sueltan la lengua.

El relato resultante, basado en una historia verídica, constituye En el corazón del mar la nueva película del director Ron Howard (Willow, Una Mente Maravillosa, El Código DaVinci).

Los títulos que acabamos de nombrar acreditan la pericia de Howard, uno de los wonderboys de Hollywood, actor infantil antes que realizador y padre a su vez de actores. Howard es, en efecto, uno de los valores seguros de la industria, pero en esta ocasión -si se nos permite la metáfora ballenera- no ha logrado clavar el arpón.

A pesar de que en España disfrutamos hace poco de la promoción de la película en Madrid, con entrevista en El Hormiguero (con Chris Hersworth y Tom Holland, éste segundo que conocemos de Lo Imposible), la película no llega a ser lo que debería.

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Porque En el corazón del mar es una película absoluta y tediosamente predecible. El núcleo de la trama es la pugna entre el primer oficial Owen Chase (Chris Hemsworth, quien ya estuvo a las órdenes de Howard en Rush) y el capitán George Pollard (Benjamin Walker, cuyo papel más destacado hasta la fecha ha sido el de Lincoln en Abraham Licoln: Cazador de Vampiros). Chase, un avezado lobo de mar en esta época (1820) en que el aceite de ballena ilumina y mueve el mundo, merecía por derecho y experiencia el mando del remozado Essex, que le es sin embargo entregado a Pollard por su alcurnia y su dinero. A partir de aquí, en un desarrollo narativo de lo más simplón, el espectador asiste primero a la valentía de Chase (logrando desplegar las velas al zarpar) y a la posterior chulería de Pollard (mandando afrontar una borrasca en vez de bordearla). Esta guerra de machos se verá pronto dramáticamente eclipsada por la potencia mil veces mayor de la ballena blanca, que destruye el buque y obliga a los supervivientes a navegar miles de millas en pequeños esquifes. Pero esta desesperada situación de náufragos en el océano ya la hemos visto muchas veces, sin ir muy lejos Angelina Jolie la filmó el pasado 2014 en Invencible, y el listón en general para cualquier epopeya naval decimonónica lo dejó altísimo en 2003 el director australiano Peter Weir en su magnífica Master and Commander, con Russell Crowe.

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Desde Tiburón en 1975, toda una serie de títulos ha presentado a animales “malvados” que desatan contra la humanidad desprevenida una suerte de venganza de la naturaleza; así, en los momentos iniciales de En el corazón del mar el lomo gigantesco, interminable y repleto de cicatrices de la ballena atraviesa ominosamente la pantalla en un plano que semeja el casco de un submarino o incluso el crucero imperial de Star Wars. No obstante, la analogía fílmica más obvia de la película se halla en otra obra de Howard, la celebérrima Apolo XIII, con otros navegantes extraviados; de hecho, cuando el joven Nickerson se despide de Chase tras haber regresado finalmente a casa, sus palabras (“ha sido un privilegio navegar con usted”) son casi idénticas a las que dedica Tom Hanks a su tripulación.

Desde luego, En el corazón del mar no tiene -ni lo pretende- el aliento heroico y patriótico de Apolo XIII, pero tampoco es original ni entretenida. En 1956, el novelista Malcolm Lowry escribió, tras ver la adaptación de Moby Dick firmada por John Huston, que un título mejor hubiese sido Moby Mouse. Pues eso.

 

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Marc Sanchís

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