Diario del Cineasta

‘La modista’, una diva entre paletos

En plena noche, tras atravesar carreteras rectilíneas rodeadas de campos infinitos, el autocar llega a un villorrio polvoriento. Una única elegante pasajera se apea, contemplando los destartalados edificios de madera; deposita el maletín de una máquina de coser en el suelo, saca un cigarrillo y entonces vemos a Kate Winslet murmurar: “He vuelto, bastardos”. Añadamos un fondo sonoro punteado con campanas, digno de Ennio Morricone, y tenemos el arranque clásico de un western.


La Modista se estrena en España veinte años después de aquella memorable Priscilla, reina del desierto con la que comparte la historia de un difícil retorno al hogar en el outback australiano, el desierto central del país, y donde la moda, la música, el ancho mundo exterior en definitiva, chocan con una sociedad cerrada y cerril. Estamos en 1951, y Tilly Dunnage (Winslet) regresa, convertida en una experimentada modista (diseñadora, diríamos hoy) a su aldea natal de Dungatar, de donde fue expulsada siendo aún niña a causa de un suceso terrible. Su madre, Molly (Judy Davis, Desmontando a Harry, A Roma con amor) vive en la indigencia, le da a la botella y niega recordar nada. Por su parte, el pueblo recela de la recién llegada, a la que consideran maldita. Tilly solamente contará con el apoyo del policía local, el sargento Farrat (Hugo Weaving, Matrix, El señor de los anillos, que recupera el papel de travesti obligado a salir del armario que ya intepretara en Priscilla…)
La Modista contiene toques muy negros, un romance poco convencional y una puesta en escena algo deslabazada, un poco al estilo de El gran hotel Budapest, con algunos secundarios y situaciones excesivamente caricaturescas. Parece que la directora Jocelyn Moorhouse vacila entre el drama y la comedia, entre el relato de venganza apuntado al principio y el deseo de la protagonista de liberarse y encontrar la estabilidad.
Winslet está fabulosa; a sus 40 años ha alcanzado la plenitud física y luce como una maggiorata sensual, una Sofia Loren o una Silvana Mangano rubia. El resto del elenco la secunda eficazmente, destacando Davis y Weaving, que bordan sus personajes fuertemente caracterizados. La Modista no entusiasma pero entretiene, es probable que sin la presencia de Winslet esta película de las antípodas no hubiese llegado aquí pero ¿quién no querría una hija pródiga tan despampanante?

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