Diario del Cineasta

‘House of Cards’, sin tretas no hay paraíso

Coincidiendo con la emisión de su cuarta temporada, es buen momento para hablar de House of Cards, serie norteamericana de Netflix basada en la producción homónima británica de 1990 y que narra la implacable carrera política del congresista Frank Underwood (Kevin Spacey) y su esposa Claire (Robin Wright) para lograr la presidencia de Estados Unidos y mantenerse luego en el poder.
House of Cards fue una idea de Beau Willimon, quien había trabajado como ayudante de Hillary Clinton, auspiciada luego por David Fincher (Seven, El club de la lucha, Alien 3) que deseaba introducirse en la televisión y dirigió los dos primeros episodios. Otro nombre conocido en la realización de House of Cards es James Foley (Glengarry Glen Ross, Seduciendo a un extraño). La serie se estrenó en 2013 y ha recibido multitud de premios, entre ellos varios Emmy y Globos de Oro.


A diferencia de otras producciones ambientadas en Washington DC como Madam Secretary o El Ala Oeste de la Casa Blanca, que contenían toques de comedia, House of Cards es un dramón constante, una escabechina incesante de personajes a manos de los maquiavélicos Underwood. House of Cards se presenta como una serie “seria” –permítase el chiste- y desde luego su factura es impecable, pero en realidad es un culebrón desenfrenado, el espectador queda enganchado porque desea saber qué nueva maldad, qué nuevo plan retorcido, qué puñalada trapera asestarán los Underwood para deshacerse de sus rivales. La visión que ofrece del poder es cualquier cosa menos benévola, pero, como hemos dicho, las canalladas de los protagonistas son tantas que resulta imposible creerse el argumento.
Spacey y Wright encarnan a la perfección esta versión contemporánea de los Borgia, aunque la serie tiene tanto que ver con la política como Transformers con la robótica. En fin, ahora que House of Cards ha recibido luz verde para una quinta entrega, será interesante ver cómo se le pone punto final a esta espiral de perversidad.

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